El Escondite De Las Brujas Historia de Terror

El Escondite De Las Brujas Historia de Terror

Una noche de brujas salí con algunos amigos El Escondite De Las Brujas Historia de Terror. En el lugar donde vivo, no es muy común que las personas celebren esta fecha, sin embargo, muchos chicos solemos a hacer travesuras y durante esa ocasión nos disponíamos a salir con pistolas de gotcha a manchar algunas viviendas abandonas o autos que se pusieran en nuestro camino. Vivimos en un fraccionamiento en Tlajomulco, Jalisco. Es muy común ver casas abandonadas en este municipio.
La noche transcurría sin ningún problema y eso que también manchamos un autobús que iba circulando, aunque el chofer frenó y se bajó a buscarnos, no nos fue difícil escondernos en una casa abandonada.
Seguimos nuestro camino, hasta llegar a una casa junto a un muro que protegía el fraccionamiento. La casa se veía abandonada, así que comenzamos a dispararle, unas de nuestras balas de pintura dieron contra una de las ventanas, rompiéndola. Escuchamos gritos y en cuanto menos lo esperamos un hombre con una pistola en mano salió de la casa, dio un tiro al aire y todos nos quedamos paralizados. Cuando pudimos reaccionar corrimos hasta el muro, donde encontramos una boca de tormenta, como el hombre nos perseguía, decidimos meternos allí. Una vez dentro corrimos hasta donde desembocaba la tubería, y caímos por un pequeño risco.
Miramos el camino por donde caímos, era imposible regresar por allí mismo, estaba muy empinado. Varias de nuestras pistolas de pintura se rompieron y teníamos raspaduras muy leves en las rodillas y en los brazos. Ya no escuchamos que el sujeto de la pistola nos siguiera.
Miramos en todo el terreno, para salir de allí, tendríamos que caminar muchísimo. Uno de los chicos sugirió que, aprovechando la situación, podíamos hacer un poco de exploración, pues aún era muy temprano para regresar a casa. La mayoría estuvo de acuerdo y comenzamos a caminar.
Nunca habíamos estado allí, siempre que salíamos los muchachos y yo, nos íbamos al crucero del tren, a veces jugábamos a subirnos y unos cuantos kilómetros saltábamos, pero esa zona, no la conocía. Me imaginaba que sería más interesante explorarla durante el día.

Llegamos hasta una zona donde estaban algunos autos abandonados. Revisamos los autos por dentro y en una guantera encontramos una caja de cigarros, aún había suficiente para todos. Lo compartimos.

Llegamos a un riachuelo con una corriente veloz, para poder pasar para el otro lado, pasamos por un tubo muy delgado, yo tuve que pasarlo a gatas, pues me daba miedo caerme. Seguimos caminando por un largo tramo, hasta que vimos una luz sobre un cerro. Subimos y encontramos una cueva, donde al parecer alguien vivía allí, pues había una silla, veladoras, algunas cobijas y plumas de algún ave, quizás de gallina. Nos quedamos un rato allí, cuando de pronto apareció un enorme cuervo que comenzó a graznar con fuerza. A todos nos dio miedo ver a esa ave tan cerca, sobre todo porque no mostraba miedo a nuestra presencia. Le dije a uno de los chicos que aún traía consigo una pistola con algunos cartuchos, que le disparara en un ojo. Lo hizo de inmediato, dando justo en el ojo izquierdo del ave, pero, después de emitir un fuerte graznido, en lugar de asustarse, se nos echó encima, lo que nos obligó a correr fuera de la cueva.
Llegamos a un llano y el cuervo dejó de seguirnos, uno de los chicos lloraba, pues el ave le hizo daño en un brazo. Se lo vendamos con un pedazo de tela que arranqué de mi suéter, mientras lo hacíamos, nos dijo llorando que mejor buscáramos la manera de volver, pues le ardía mucho la herida. El resto de los chicos opinó lo mismo.
Intentamos regresar al sitio por el que habíamos entrado, pero en la noche es difícil orientarse, tomamos una senda equivocada y en lugar de regresar al barranco por el que caímos, llegamos a un pastizal. Todos comenzaron a culparme, pues era yo quien venía guiando a los demás, yo molesto les grité que entonces, guiara alguien más.
No nos poníamos de acuerdo, cuando notamos unos ruidos dentro del pastizal, era el sonido como de un chivo. Dos de los chicos y yo nos acercamos para escuchar más de cerca, fue entonces cuando vimos luz dentro del pastizal.
Con la esperanza de encontrar alguna persona que pudiera orientarnos, decidimos adentrarnos entre la maleza. Estábamos apenas a unos metros del lugar donde procedía la luz, cuando vimos a tres mujeres de cabello blanco y rostro espantoso, estaban frente una fogata, acariciaban un animal en el piso.
Cuando miramos aquel animal al que acariciaban, el pánico se adueñó de nosotros. No existen palabras que puedan describir aquella abominación, era una mezcla entre humano y chivo, sin pelo, de su boca salía un aterrador berrido.
Mis amigos gritaron ante aquella escena de pesadilla, los gritos atrajeron a las horribles mujeres que, para nuestra sorpresa, comenzaron a llamarnos por nuestros nombres. Corrimos fuera de los matorrales hasta encontrarnos con el resto de los chicos, les dijimos gritando que corrieran.

Y así corrimos de nuevo sin rumbo.

Paramos hasta que perdimos todo el aliento, por fortuna habíamos llegado hasta una zona donde había luces y una calle. Conocía esa zona, era un fraccionamiento apenas en construcción, si bien nos encontrábamos muy lejos de nuestros hogares, al menos teníamos un camino iluminado al cual seguir. Los dos chicos y yo contamos al resto lo que vimos dentro del matorral, pero nadie nos creyó, de hecho, hasta se empezaron a burlar de nosotros. El chico que iba herido por el picotazo del cuervo ya estaba más tranquilo.
Nos pusimos en marcha apenas recobramos el aliento. Cuando dejamos atrás un par de luces, escuchamos que alguien nos hablaba, era una voz extraña, yo no me animaba a mirar hacia atrás, pero dos de los chicos si lo hicieron.
Ellos dijeron que vieron una viejita, acompañada de una muchacha muy atractiva. Algunos de los chicos se acercaron a ellas, pues decían que pedían ayuda, yo me quedé bajo una luz, aunque la chica y la señora no se parecían en nada a las brujas que vimos en el pastizal, me sentía desconfiado.
No pasaron ni dos segundos antes de que regresaran corriendo y gritando. Cuando yo miré hacia donde estaban las mujeres, estas habían desaparecido y en su lugar solo vi volar a dos cuervos enormes.
Cuando les preguntamos qué había pasado, nos dijeron que los rostros de las mujeres cambiaron, que sus ojos se volvieron de color negro y hacían sonidos horribles. Yo les reclamé por no habernos creído, cuando les contamos que vimos algo parecido en el matorral.
Regresamos ya muy tarde a nuestras casas. Llegamos primero a la casa del chico al que había herido el cuervo, su madre trabajaba como enfermera, así que ella misma lo curó, aunque le dijo que tendría que tomar medicamento, pues la herida seguramente lo enfermaría.
Aquella noche estaríamos solos en casa, mi madre y yo, pues a mi papá le tocaba cubrir el turno nocturno en la fábrica en la que trabajaba. Después de recibir un sermón por parte de mi madre, me fui a bañar y enseguida me acosté.
La casa donde vivo es muy pequeña, por lo que es difícil tener privacidad, aunque gracias a esto, mi madre también pudo ser testigo de lo que me ocurriría minutos después de que lograra dormirme.
Estando en mi cama, comencé a escuchar que me hablaban por mi nombre. Me desperté sobresaltado, pensando que quizás mi madre pudiera estar enferma, padece diabetes y en más de una ocasión nos ha asustado cuando se pone mal, pero esa vez no fue el caso, mi madre estaba junto a mi cama, me dijo que mirara hacia la ventana: allí estaba un enorme cuervo que pronunciaba mi nombre claramente, me asusté muchísimo, igual mi madre, pero con todo y miedo, comenzó a arrojarle agua bendita al ave, mientras rezaba una oración que se llama “La magnifica”, el pájaro dejó de hablar, se echó hacia atrás y escapó a la oscuridad.
Una vez que estuvimos tranquilos, mi madre me explicó que por eso no era bueno salir ni noche de brujas, ni el día de San Bartolo, que según ella es cuando sale el diablo.

Afortunadamente, no volvimos a tener la visita de esa ave maldita, quien pienso que era una de las brujas que vi en los matorrales, pero me queda esa experiencia inolvidable ocurrida en Halloween.

 
Autor: Mauricio Farfán
Derechos Reservados

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