El Retiro Historia de Terror

El Retiro Historia de Terror

Hace algunos años, tuve una crisis existencial muy fuerte. Mi novio me dejó, mis padres se divorciaron, eran tantos los problemas por los que pasaba, que llegué a un punto donde ya no quería vivir. Hice una tontería que me hizo terminar en el hospital El Retiro Historia de Terror.
Cuando estuve internada, me uní a un grupo de jóvenes, que de vez en cuando realizaban diversas actividades, de entre ellas, había pláticas, equipos deportivos y retiros espirituales.
En un principio me ayudó mucho estar con ellos para salir de mi depresión, pero después de unos meses, volví a tener una crisis. Una amiga me recomendó asistir a uno de esos retiros, según ella decía, tendría un renacer espiritual y mis problemas se terminarían de una vez por todas.
Yo la verdad tenía mis dudas sobre ir o no, pero terminaron por convencerme mostrando unas fotos del lugar a donde irían. Era un monasterio en Durango.
Aunque el edificio era una edificación muy antigua, tenía cierto encanto que logró hacerme sentir muchas ganas de conocerlo. Como fuera me ayudaría a distraerme y dejar de pensar en mis problemas.
El lugar lucia muy diferente a las fotografías, parecía más bien una casona antigua parecidas a las que se pueden ver en el centro de cualquier estado de la república, con un portón enorme, una sala al entrar y después de atravesar una sala, un patio en medio y todas las habitaciones al rededor.

Dimos un recorrido, nos explicaron que ya no se usaba como monasterio y en rara ocasión era prestada para realizar retiros, así que teníamos suerte de que nos hayan permitido quedar allí.

En la casa vivía una pareja de ancianos encargados de cuidarla, estas personas tenían dos perros de raza labrador y color negro. No tardé en formar un vínculo con los animales.

Según supe los señores salieron. De cualquier manera, una de las dinámicas era permanecer encerrados.

Entramos en una sala, donde una monja nos dio una plática sobre dios. Yo sinceramente me aburrí mucho, más bien quería estar sola o jugando con los perros en el jardín. Termino la plática y pasamos todos a un comedor enorme. Estaba lleno de cuadros con retratos de monjes y sacerdotes, que imagino fueron importantes para la iglesia.
Después de comer, nos dieron permiso para estar un rato en el jardín, después tendríamos una dinámica de meditación. Me quedé debajo de un árbol con una amiga. No tardaron en acercarse también los perros. Noté que del árbol colgaban varias tijeras oxidadas y algunas redes con ajos. Se me hicieron extraños esos objetos y se lo comenté a mi amiga, quien me dijo que ignoraba que función tendrían esas cosas. Decidimos caminar por todo el edificio y ver si veíamos más cosas extrañas.

El edificio tiene tres pisos, para acceder a cada uno de ellos, es necesario abrir una reja y los dos primeros pisos se encontraban abiertos, en el tercero no había manera de entrar.

Abrimos varias puertas, la mayoría estaban vacías y hubo una que no pudimos abrir, pues estaba cerrada a cal y canto. Nos imaginamos que sería la que usaban los ancianos que cuidaban el edificio. Total, que seguimos revisando el edificio y volvimos al enrejado, noté que no tenía candado. Aunque no abrimos la reja, miramos hacia las escaleras, sabíamos que en ese nivel había una terraza, donde la vista sería maravillosa. Decidimos abrir la reja y subir, que a fin de cuentas nadie se daría cuenta de que faltábamos a la dinámica.
Arriba la vista era maravillosa, esto gracias a que el sol ya estaba por ocultarse totalmente. Perdimos la percepción del tiempo mirando desde el balcón, cuando caímos en cuenta de que ya estaba muy oscuro, decidimos regresar.
Cuando bajábamos las escaleras, no escuchamos ningún ruido, según teníamos entendido, nos pondrían a meditar en uno de los salones más grandes, suponíamos que por eso no escuchábamos nada, sin embargo, sentíamos un silencio antinatural, como si algo no estuviera bien.
Pasábamos justo a un lado de la habitación que estaba cerrada, solo que ahora estaba abierta e iluminada. La curiosidad nos obligó a entrar.

De no ser porque mi amiga lo vio también, yo también dudaría de lo que vi dentro, fue algo de locos.

Estaba una mujer, con hábito de monja dándonos la espalda, notamos que algo goteaba de su cara. La extraña figura se giró mostrando su cara, tenía un niño en brazos, el rostro de la mujer era horrendo y estaba manchado de sangre, mientras que el niño lucia pálido, como si estuviera muerto. Al vernos puso cara de espanto y angustia. La luz de la habitación comenzó a parpadear, corrimos hacia afuera gritando de terror.

Le dije a mi amiga que esa mujer era una bruja, que estaba alimentándose de un niño.

Llegamos hasta la primera planta sin mirar hacia atrás. Nuestros gritos no tardaron en hacer que varias personas del grupo salieron a encontrarnos. No podíamos tranquilizarnos, estábamos llorando de terror.
Cuando al fin pudimos calmarnos, una de las catequistas encargadas del retiro, nos dijo que lo que nos acaba de ocurrir no era posible y para convencernos, nos pidió acompañarla a la habitación donde vimos a la bruja. Al principio no queríamos, porque teníamos muchísimo miedo, pero con tal de hacerle ver a la catequista lo que acabamos de ver, fuimos.
La habitación estaba cerrada, sin embargo, la mujer mandó abrirla. Cuando entramos, no vimos a la bruja, solo estaba una cama, una mesa con una silla y un crucifijo. Tratamos de convencerla de lo que habíamos visto, pero no tenía caso, no nos creyeron, sin embargo, rociaron agua bendita en ese cuarto, mientras rezaban.
Mi amiga y yo nos queríamos ir a nuestras casas, pero la catequista nos dijo que nos estaba ocurriendo, era que el demonio quería que nos fuéramos para evitar vivir esa experiencia de purificación, después nos aventó una terapia que terminó por convencernos de quedarnos.
Nos dividieron en varias habitaciones, en total nos quedamos cuatro chicas en cada cuarto. Aunque había camas, todas llevábamos bolsas para dormir, pues no nos daba confianza acostarnos sobre colchones tan viejos.

Cuando ya estábamos acostadas les conté a las otras dos chicas lo que acabamos de pasar y esto hizo que comenzáramos a contar historias de fantasmas y aparecidos.

Como cosa hecha adrede, empezamos a escuchar el sonido de una lechuza en el patio, esto comenzó a hacer que nos sintiéramos nerviosas y preferimos dejar de contar historias.
Intentamos dormir, pero no lo logramos, pues los perros comenzaron a ladrar como desesperados. Las demás chicas comenzaron a llorar preguntando sobre qué pasaría si estaba allí en el jardín la bruja que yo vi. A modo de broma, les dije que, si se nos aparecía, sería debajo de las camas, o saldría de la pared. Mi comentario pareció hacerse realidad, pues comenzamos escuchar como si algo arañara las paredes y los cristales de las ventanas.
De repente los perros comenzaron a chillar, se escucharon muchos ruidos, como si algo les hubiera atacado. Yo me atreví a asomarme a ver qué pasaba a pesar de que las chicas llorando me pidieron que no lo hiciera. Justo abrí la ventana y uno de los perros entró de un salto chillando.

Encendí la luz, las demás chicas se arrimaron, revisamos al perro, pero no le notamos nada raro, ninguna herida ni nada, solo estaba muy asustado, se escondía entre mis piernas y chillaba.

Nos preguntamos que sería lo que habría visto el pobre animalito que lo asustara tanto, y también en donde estaba el otro perro. Para esto, las demás chicas salieron de sus habitaciones y gritaban que habían visto algo en el jardín. Salimos de la habitación, entonces vimos dos esferas de fuego flotando sobre el árbol donde estaban las tijeras. Eran muy extrañas, no se parecían a nada que hubiera visto antes, estaban hechas como de lumbre, pero en color morado. Todas gritaban que eran brujas y que querían irse. En eso salieron dos catequistas y la monja que nos dio la plática, nos dijeron que todas nos dirigiéramos al salón más grande de la primera planta.
Nos pusimos todas en oración y mientras rezábamos escuchábamos sonidos extraños en el edificio, llantos de bebés, risas y lamentos, todo era una locura.
Total, que todo se tranquilizó hasta el amanecer. Encontramos al otro perrito tirado debajo del árbol, estaba vivo, pero se veía enfermo.
El transporte llegó temprano por nosotras, que estábamos desveladas y desesperadas por abandonar aquel aterrador edificio.

Con el tiempo me enteré, de que en aquel edificio a una de las monjas se le acusó de practicar brujería y de raptar y asesinar a unos bebés.

Yo no dudo en lo más mínimo que esto haya pasado, pues claramente fue lo que vi en la habitación. Sé que el mal ronda ese edificio, no solo como un recordatorio del pasado, quien sabe de qué sería capaz, sé que atacó a esos pobres perritos, aunque me pregunto, si siempre ocurrirá lo mismo o habrá sido que la presencia de alguna de nosotras, pienso que es muy probable que nosotras lo hayamos provocado, pues los perros allí viven con sus dueños. Quien sabe.

Yo por mi parte he estado mejor, aunque ya no suelo acudir a ese tipo de retiros, con una sola mala experiencia tengo para no querer volver.

 
Autor: Mauricio Farfán
Derechos Reservados

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