El Cuidador Del Cementerio Historia de Terror

El Cuidador Del Cementerio Historia de Terror

Esto fue algo que sucedió hace unos 7 años, cuando vivía en mi pueblo natal El Cuidador Del Cementerio Historia de Terror. Lamentablemente, no podré decir el nombre del pueblo, hasta prefiero evitar decir el país, ya que podría tener serios problemas de hacerlo, lo entenderán a lo largo de la historia. Las leyendas urbanas no eran algo popular en aquel pequeño pueblo, las pocas que había no se tomaban en serio, eran solo para entretener a un grupo de amigos en una noche de campo. En fin, el pueblo tenía cementerio, pero como no éramos más de 3000 habitantes no era necesario que tuviera alguna estructura que lo encerrara, era simplemente una gran zona de tierra llena de lápidas, y se llegaba a él tras un camino de tierra de 1 kilómetro, pasando los límites del pueblo.

Recuerdo que, de jóvenes, cuando moría alguien con una buena posición económica, se le enterraba con las joyas y sus pertenencias de valor. Tenía 2 amigos que en 2 o 3 ocasiones profanaron las tumbas para robar esos objetos, o al menos eso decían, quién sabe si era cierto. Esto sucedió 6 días después del fallecimiento del gerente del banco del pueblo, no era ningún millonario, pero sí se sabía que era alguien de buena postura económica. Recuerdo su excéntrica manera de llevar sus dedos cubiertos de anillos de oro. A muchos nos parecía ridículo, pero él podía hacerlo y nosotros no. Yo me encontraba desempleado desde hacía 2 meses, los últimos ahorros que me quedaban estaban por agotarse. Estaba en una situación en que debería de dejar la renta de donde vivía e irme a la ciudad, era eso o una salida fácil. Recorría el pueblo en busca de oportunidades, las cosas no iban bien, los comercios trataban de no tomar empleados, trabajan los dueños o sus familiares. Tras pensarlo, si no hacía algo debería irme con mis tíos a la ciudad y probar suerte, era algo que quería evitar a toda costa. Estaba decidido, tomé una pala, la cubrí muy bien para que nadie la viera, también llevé unos guantes y una linterna, y me fui al cementerio. Era medianoche, caminé por el pueblo llegando a los límites, luego de un kilómetro de puro campo y vegetación llegué al cementerio. Todo se veía normal, por decirlo de alguna manera.
Con mi linterna comencé a buscar las lápidas. No era alguien miedoso ni supersticioso, pero definitivamente no era una situación para nada acogedora. Luego de 10 minutos de búsqueda encontré la lápida con su nombre. Sabía que él nunca se había casado ni mucho menos había tenido hijos que reclamaran sus pertenencias, rogaba porque no le hubieran robado sus joyas antes del entierro. Me puse los guantes, cubrí mi boca con un trapo y comencé a cavar. Por momentos pensaba en arrepentirme, pero ya había comenzado y no había marcha atrás. Una fría niebla conquistó el suelo, sentía un extraño frío bajo mis pies. El miedo me obligó a trabajar aún más rápido. Sentí como la pala tocaba con algo duro, así que con mis manos limpié la tierra de esa capa, ya había llegado al cajón. Retiré el resto de la tierra de ese nivel para dejar el ataúd al descubierto, respiré hondo para tomar coraje, y finalmente abrí la tapa. Allí estaba el cuerpo descompuesto del antiguo gerente del banco. El olor a descomposición llegó de golpe, había hasta gusanos recorriendo por lo que le quedaba de su carne. Su cráneo se giró hacia un lado, caí hacia atrás del susto, pero luego entendí que sería un movimiento normal, al menos eso creía. Miré sus manos, ahí estaban sus anillos. Ocho anillos de oro. No lo pensé ni un segundo, saqué los anillos y los guardé en una bolsa. Estaba emocionado y aterrado, lo había conseguido, me costaba imaginar el valor que tendrían esas joyas. Cerré el ataúd y reubiqué la tierra en su lugar lo más rápido que pude. Pensé que sería más difícil, que me costaría más trabajo, pero fue sencillo. Cuando terminé de tapar el ataúd iluminé la tierra, quedaba claro el indicio de que alguien había excavado, de todas maneras, nadie podría decir que fui yo, y con los días quedaría todo en orden. Cuando guardé la pala oí unos pasos a lo lejos. Quedé petrificado del miedo. Al instante apagué la linterna y me agaché, temía que alguien me descubriera. Escuchaba los pasos lentos y fuertes acompañados de los sonidos de unas cadenas, se acercaba a mí. Asomé la cabeza por la lápida, podía ver la silueta de un hombre de proporciones robustas, parecía llevar un palo al hombro, y en su otra mano un farol. En un momento me iluminó, apenas logré ver la gran barba en su rostro y su sombrero, salí corriendo del terror. Mi linterna había caído, pero no me importaba. Corrí como nunca lo hice en mi vida. Antes de llegar a las primeras casas del pueblo me detuve, tomé aire y me arrodillé. No me podía explicar cómo nuevamente oí los pasos y las cadenas, no podía ser que ese sujeto corriera tan rápido como yo. Sin pensarlo volví a correr hacia mi casa, creo que eran las 2 de la madrugada para ese momento, no había ni un alma en la calle. Dejé las cosas a un lado y apoyé las joyas en la mesa de la cocina. No encendí las luces. Miré por la ventana hacia afuera, él estaba allí parado, mirándome. No entendía como me había alcanzado y sin mostrar señal de cansancio. Fui por las joyas inmediatamente.
Pude oír un golpe seco en la puerta de la entrada de mi casa. Fui a investigar, llegué para presenciar otro golpe, vi cómo la puerta tembló. Recordé el palo que llevaba el hombre misterioso, entendí que él estaba tratando de derribar la puerta. Tomé las joyas y las guardé, busqué el teléfono de línea para llamar a la policía, pero no funcionaba. La puerta seguía sonando, estaba a nada de romperla, así que pensé que lo mejor sería salir por el patio de mi casa, dar la vuelta y atacarlo con la pala por la espalda. Al momento de tomar la pala y ver hacia el patio el hombre estaba allí afuera. En ese momento la puerta dejó de sonar.
Estaba decidido a quedarme con las joyas sea como sea, no estaba dispuesto a devolverlas. Así que fui hasta mi habitación, tomé la escopeta con la que solía cazar, y decidí enfrentarlo. Cuando salí de mi habitación tenía al hombre frente a mí. Tenía una pala en la mano, y al realizar un movimiento circular rozó mi brazo provocándome un leve corte. Sin dudarlo le disparé. El impacto fue directo en su pecho, apenas noté que algo de su ropa se desgastó, pero el hombre no retrocedió. Disparé 3 veces más, no le hacía daño, ni siquiera retrocedía. El hombre levantó su farol y así pude apreciar su rostro. Una larga barba gruesa y blanca, su cabello también era de las mismas características, pero no encontraba sus ojos, eran dos huecos oscuros. Me encerré en mi cuarto mientras buscaba más cartuchos. Encontré 4 más, 2 se me cayeron de los nervios. Logré colocar dos cartuchos en la escopeta, luego tomé los 2 que se me habían caído. Estaba rodeado en ese momento, mi habitación no contaba con ventanas para escapar. Solo me quedaba seguir luchando con ese extraño sujeto. Luego la niebla llegó por debajo de la puerta, era fría y espesa, me sentía dentro de un refrigerador de carnicería. La puerta comenzó a ser atacada, el hombre con su pala logró atravesar la puerta, de unos cuantos golpes más la destrozó y entró sin problemas a mi habitación. Yo estaba sentado en un rincón, con una mezcla de ira y terror. Apunté mi escopeta a él, le exigí que se retirara como si eso fuera a funcionar. Disparé 2 veces más a su pecho, a pesar de que me costaba mantener firme la escopeta la corta distancia me permitía dar en el blanco, pero el resultado fue el mismo: nada. El hombre dio un paso lentamente, yo recargué las 2 últimas balas de mi escopeta. Cuando dio otro paso más disparé, otra vez sin resultado. Me quedaba el último disparo, era todo o nada para mí, así que apunté a su cabeza, algo que habría sido lo más inteligente desde un inicio, pero la situación no me dejaba razonar. Al disparar a su cabeza solo volteó su rostro a un lado como si le hubiera propinado un golpe de puño. Sentía que me había llegado la hora. El hombre dio dos pasos más hacia mí, lo tenía a un metro de distancia. Él apoyó el farol en el suelo y extendió la palma de su mano, no fue difícil entender que me pedía las joyas. Tuve que renunciar a ellas, por las que había pasado por todo esto. Le di la bolsa con las joyas, el hombre las revisó y comenzó a colocarse los anillos uno por uno. Se dio media vuelta llevándose su farol como si nada hubiera pasado. Dos de mis vecinos entraron a mi habitación apuntando sus escopetas, parecía como si no se hubieran cruzado con el extraño hombre. Al reconocerme, dijeron que los desperté con los disparos, y que vieron la puerta de mi casa forzada así que acudieron en mi ayuda. Les dije que un hombre entró a mi casa y que quería matarme. Ellos me atendieron con amabilidad mientras yo pensaba en qué pasaría si descubrieran que profané una tumba de alguien del pueblo.

Al otro día llegó la noticia al pueblo de que alguien había desenterrado el cuerpo del antiguo gerente del banco. Lo extraño de la situación fue que yo recuerdo haber tapado el ataúd, pero explicaron que apareció descubierto, y aún más, notaron que tenía las joyas puestas y no se las habían robado. Tuve la excusa perfecta para irme a vivir con mis tíos a la ciudad, ahora no quiero saber nada del pueblo.

 
Autor: Pablo Rojas
Derechos Reservados

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