Una Noche En El Cementerio Historia de Terror

Una Noche En El Cementerio Historia de Terror

Allá por el siglo xviii Una Noche En El Cementerio Historia de Terror, lo que ahora forman la esquina de las calles de santa maría y pedro moreno, estaba ubicada la taberna del ciervo de oro, famosa por ser lugar de reunión de ladrones y truhanes. Jamás ningún alguacil o justicia se atrevió a entrar, pues temían ser acuchillados. Entre aquella caterva de pillos, destacaba un tal pedro Santibáñez, de quien nadie conocía su procedencia, pero se sabía que siempre llevaba la cartera llena de oro. Este hombre era déspota y agresivo y muy a menudo, con tal de hacer alarde de su oro, pagaba las cuentas del vino que todos los pillos consumían. Los hombres bebían remojándose el gaznate a costa de aquel tipo. Una noche, mientras pedro Santibáñez estaba en la taberna completamente ebrio invito a cinco pillos para que fueran a su casa a seguir bebiendo. Aquellos ebrios y audaces sujetos atravesaron el cementerio que se localizaba en lo que hoy se conoce como el panteón de san Fernando. Caminaban dando traspiés sobre las tumbas y túmulos aun frescos y así, irrespetuosamente se internaron en el campo santo, hasta llegar a la casa de aquel pedro Santivañez, quien saco naipes y trato de que sus amigos ocasíonales pasaran una alegre velada. No había pasado un rato, cuando se escucharon algunos ruidos extraños que se colaron por la ventana que miraba al cementerio; atemorizado, uno de los hombres pidió a pedro que la cerrara; pero pedro, rio irónicamente, mostrando un cierto brillo maléfico en la mirada y respondió que no lo haría, ya que esa ventana siempre permanecía abierta porque él disfrutaba cuando observaba a los muertos y le gustaba escuchar sus gemidos lastimeros. Los pillos después de escuchar sus morbosas palabras, se llenaron de espanto, prefirieron dejarlo solo y salieron apresuradamente de su casa. Aquella noche, después de que los acompañantes de pedro se marcharon, durmió como un lirón. Al día siguiente se le vio espiando un sepelio a través de los funerales y de antemano sabía quienes serian sepultados, conocía su jerarquía y, sobre todo, las joyas con las que serían enterrados. Y precisamente ese día, don Gabino Ordoñez, hombre de gran fortuna, sería enterrado, portando sus valiosas joyas. Si, en efecto, Pedro Santivañez era un profanador de tumbas sin ningún respeto ni temor. Cuando el sepelio termino, Pedro espero a que anocheciera para así poder saquear el ataúd y apoderarse de las joyas del muerto y hasta las ricas vestiduras con que había sido sepultado. Pedro Santivañez jamás sintió remordimiento alguno por las profanaciones que hizo. Como es sabido, en el siglo xviii el santo oficio persiguió brujas, hechiceros y a toda persona de quien se sospechará tuviera algún pacto con el diablo, y entonces sucedió que en la casa contigua a donde vivía Pedro Santivañez, habitaba una mujer cuya reputación la marcaba como bruja. Su fama llegó hasta los oidores y ejecutores del santo oficio, quienes un día llegaron a la sombría casa para apresar a la sospechosa mujer. Dentro de la casa se encontraba la bruja y su hija. Ambas se sobresaltaron al escuchar aquellos gritos y golpes en la puerta. La madre comentó: ¡son esos malditos que vienen por , sé bien que van a llevarme! La hija con lágrimas en los ojos dijo que jamás permitiría que se llevaran a su madre, ya que, de hacerlo, la matar
ían
. Pero la bruja le dijo que pusiera atención a sus palabras, ya que de eso dependería que después de muerta pudiera revivir, entonces le dijo: Te hago entrega de este amuleto de hechicería; cuando me entierren lo colocaras sobre mi pecho y por ningún motivo permitirás que me metan en un ataúd; solo habrás de amortajar mi cuerpo. Con este amuleto recobraré mi poder y forma humana. Entonces los integrantes del santo tribunal entraron a la casa y se la llevaron presa. La bruja fue juzgada y declarará culpable de hechicería y culto al demonio. Su condena fue la horca. Estando ya en la plaza principal, le subieron al cadalso para cumplir la sentencia, mientras toda la gente gritaba: ¡muere! ¡muere!, bruja maldita, ¡deberían quemarte viva!, ¡mujer de satanás! Concluida la ceremonia, Fray Gómez Subseguí, entrego a la hija de la bruja el cuerpo de su madre y le preguntó si tenía ataúd. Ella contestó que la última voluntad de su madre era que la enterraran solamente envuelta con una mortaja. Entonces la bruja fue llevada al cementerio. Esa misma tarde, por disposición del santo oficio y gracias a la intervención del fraile, el cadáver amortajado de la bruja fue enterrado en el campo santo, lo más lejos posible de las demás tumbas. Mientras tanto, Pedro Santivañez observaba desde la ventana de su casa a la desconsolada hija hincada ante la tumba de su madre y al único enterrador que sé con misero de ella, y entonces confirmo que se trataba del sepelio de la bruja que habían ahorcado esa mañana. Antes de que la bruja fuera enterrada, su hija se acercó al cadáver y le colocó sobre el pecho aquel amuleto que brillaba esplendorosamente. Cuando pedro vio destellar aquella joya, su codicia creció y pensó en la conveniencia de que aquel cadáver hubiera sido enterrado sin ataúd, ya que eso facilitaría sus maléficos planes. Tan pronto anocheció, pedro llego al panteón y comenzó a cavar. Cuando el cadáver quedo al descubierto, lo alumbro con un farol y busco la hermosa joya entre la mortaja. Al tenerla en sus manos se apresuró a cubrir la tumba y des pues se alejó llevándose consigo el misterioso amuleto y, ya en su casa, lo metió dentro del cofre donde solía guardar el producto de sus macabras rapiñas. La joya sería vendida pasado dos días. A la noche siguiente, pedro Santibáñez fue a celebrar su fechoría en la taberna del ciervo de oro, y cuando estuvo borracho, nuevamente invito a los pillos para que fueran a su casa. Los truhanes de ninguna forma aceptaron, ya que habían tenido suficiente, con la desagradable experiencia que vivieron días antes. Pedro se encogió de hombros y salió de la taberna poco antes de la media noche. Mientras caminaba rumbo a su casa pensó en la conveniencia de estar solo esa noche, ya que al día siguiente debería estar bien despierto para vender la joya. Cuando dieron las doce de la noche, pedro creyó escuchar algo así como un gemido plañidero que arrastraba el viento y que le decía: ¡Peeedro! ¡Peeedro! El aterrador lamento venía directamente del panteón. Palideció y su corazón latió más fuerte; encendió una vela, se levan
de la cama y camino hasta la ventana desde donde siempre se deleitaba viendo las luces, siluetas y sombras del panteón; pero no había nada. Así pasaron algunos segundos hasta que de pronto creyó ver formas difusas, etéreas, revoloteando sobre las tumbas, pero no les dio importancia pensando que solamente eran figuraciones suyas. Regreso a su cama imaginando la fortuna que obtendría después de vender la joya. Pero no bien había puesto la cabeza sobre la almohada, cuando nuevamente escucho un ruido que ahora provenía de la puerta. Escucho como si alguien la hubiera abierto y de pronto sintió unos pasos muy cerca de él que se arrastraban en dirección a su alcoba. ¡Ahora , no cabe duda! Murmuro nervioso, alguien se está acercando. En ese preciso momento una ráfaga de viento helado apago la vela y el pillo quedo sumergido en las sombras. Preguntó con cierto temor. ¿Quién anda ahí?, ¿Quién ha apagado la vela? Pero nadie contestó, entonces le pareció descubrir algo entre las penumbras. Su sorpresa fue enorme cuando frente a él se materializó una horrible criatura. ¡!, en efecto, era una fantasmal presencia que con voz de ultratumba preguntó: Pedro… ¡Dime!, ¿en dónde tienes mi amuleto? Lleno de pavor preguntó ¿Quién eres? ¿Qué deseas…? Pero cuando la descarnada figura se le acercó más, pedro descubrió horrorizado al fantasma de la hechicera y temiendo por su vida gritó: ¡Retírate bruja maldita! ¡ está muerta!, ¡estás muerta! Pero aquella imagen espectral seguía reclamando su amuleto. ¡Es mejor que me lo entregues ahora! Exclamo la bruja, ¡tú eres el culpable de mí penar, pero si no me hubieras robado el amuleto yo estaría viva ahora! Pedro gritó que se marchara, que se alejara de él, pero el fantasma nuevamente exigió su amuleto y juro que, si no se lo entregaba, sufriría un terrible castigo. Como pedro no contesto, el fantasma comenzó a buscar su amuleto y de pronto descubrió el cofre donde estaba guardado; lo abrió y exclamo: ¡Maldito seas!, ¿conque aquí lo tenías escondido? Pedro enfureció como loco y gritó que no se lo podría quitar, pero aquel espantoso espectro tomó el amuleto con sus descarnadas y sarmentosas manos, lo colocó sobre su huesoso y repulsivo pecho, y en ese momento se desencadenaron mil demonios. La leyenda cuenta que el profanador de tumbas no sabía si soñaba o se estaba volviendo loco, pero en su delirio gritaba: ¡ No…! ¡aléjate, solo eres un fantasma! ¡ márchate!, ¡ tu no eres real! ¡ no puedes serlo!, yo mismo vi cómo te ahorcaron y te enterraron. Entonces intentó arrebatarle el amuleto a la bruja, al tiempo que desesperado gritaba que ella no necesitaba de esa joya en el otro mundo. Los ojos de la bruja brillaron con destellos de espanto; sus descarnadas mandíbulas se abrían con una amenazante mueca horrible para defender su preciado amuleto y en cuanto lo tuvo seguro, extendió las manos hacia el profanador y con sus largas y afiladas uñas llenas de tierra de tumba, lo araño sádicamente produciéndole dolorosas y profundas heridas en el rostro. Después lo tomo por el cuello mientras Pedro inultamente luchaba contra aquella poderosa fuerza sobrenatural; en vano fueron sus intentos por salvarse, ya que irremediablemente cayó muerto. Entonces el espectro arrastró el cadáver del infeliz delincuente y lo llevo hasta la entrada del panteón. A la mañana siguiente, un caballero encontró el cuerpo de Pedro totalmente desfigurado y corrió en busca de la autoridad para solicitar ayuda. Momentos después, al lugar de los hechos llegaron los representantes de la justicia y fray escoto que preguntó a los soldados si sabían quién era ese hombre y que oficio tuvo en vida. Uno de los soldados respondió que su nombre era Pedro Santivañez y que vivió en una casa cerca del cementerio, y agregó que algunas personas sospechaban que se dedicaba a profanar tumbas. Fray escotó también tuvo sus sospechas al recordar que apenas hacía dos días, una hechicera había sido ahorcada y sepultada, precisamente en una fosa cerca de la casa del difunto. El suspicaz soldado respondió que quizás existía una relación entre la bruja y el muerto. Entonces los soldados y fray escoto llegaron a la tumba de la bruja y vieron que la tierra de la sepultura había sido removida. Entonces confirmaron sus sospechar acerca de que Pedro Santivañez si fue en vida un profanador de tumbas, pero aun así se preguntaron qué fue lo que Pedro hubiera podido robarle a aquella humilde mujer enterrada tan solo con una mortaja. Fray escotó respondió que no lo sabía, pero creía que el asunto tenía una conexión demoniaca. La autoridad inhumó el cuerpo de la hechicera y lo quemó ahí mismo. Sus cenizas se esparcieron el viento. El cadáver de Pedro, el profanador de tumbas, fue sepultado con previo exorcismo de los religiosos. Pero en las versiones escritas de esta leyenda, se asienta que durante muchos años y pese a la intervención de la iglesia, desde aquella noche vagaron dos seres por demás pavorosos que iban y venían de la casa del profanador de tumbas al panteón, sembrando terror entre la gente que mencionó que aquellos espectros eran el de la hechicera y el de un hombre, que quienes tuvieron la desgracia de ver, comentaron de su parecido con aquel Pedro Santivañez que siempre acudía a la taberna del ciervo de oro.
 
Autor: Anónimo
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