Exorcismo Colectivo Historia De Terror 2024

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Exorcismo Colectivo Historia De Terror 2024

Exorcismo Colectivo Historia De Terror… Yo formaba parte de un grupo de jóvenes que participaban activamente en la iglesia. Era un grupo al que había llegado por curiosidad, me gustaba mucho ir a la iglesia desde niña, mis amigos más cercanos estaban ahí, también mis papás eran muy cercanos a la congregación. Después de un tiempo de estar ayudando como voluntaria, me pareció buena idea involucrarme más.

Comencé a dar catecismo dominical, también participaba en los eventos de kermeses y pláticas para niños. Es algo muy bello que siempre recordaré con todo el amor. Aún sigo participando en algunos eventos, pero me he involucrado más en mi trabajo, hoy soy una maestra de secundaria que imparte clases de español en un colegio católico, y eso es algo que me provoca mucho placer hacer.

Pensé en hacerme monja, como muchas veces pasa por la mente las chicas que nos acercamos a la iglesia y muy fervientemente practicamos nuestra fe. Durante esos momentos en los que estaba dudando si mi futuro era ser hermana o solo ser parte de esto al lado de un esposo que me amara.

Cuando consulté al padre sobre mis dudas él me recomendó hacer un tiempo de misiones, me dijo que podría ayudarme a entender la diferencia de las vidas dedicadas completamente a dios y las que se acercan a él en la normalidad de sus días.

Tengo que admitir que pensé que el padre me estaba menos preciando, yo quería saber si él creía que yo podría. Me estuve esforzando por entender lo que me había dicho por medio de mis servicios normales, hasta participaba en el coro y para mí no había nada mejor, además ya estaba más allá de los diecisiete sin pasar por el enamoramiento, no encontraba a quién o cómo era eso así que la idea de convertirme en monja comenzó a parecerme la mejor idea para mi futuro.

Accedí a comenzar a hacer esos viajes para ayudar en los servicios de lugares donde hacía falta ayuda, principalmente eran comunidades pobres, muy alejadas de la ciudad. Muy convencida entré al grupo de misioneros, comencé las actividades con ellos, era increíble el ambiente, también me divertía mucho, sentía que ese era mi llamado. La realidad resultaría en otra cosa porque solo ante los grades momentos es que uno se da cuenta de qué es lo que realmente quiere para sí mismo.

Muy convencida, pedí formar parte de los misioneros que iban a zonas muy alejadas, específicamente a otros municipios. Era el más duro de los viajes, porque en esos lugares a veces faltaba el agua, las personas tenían muchas dudas, el tiempo que pasabas ahí era para apoyar al sacerdote encargado y si tenías tiempo te daban tiempo de conocer el lugar.

No diré a donde fui pues algunos que sepan sobre este lugar, inmediatamente lo pueden identificar y no quisiera que se hiciera mala fama por lo que pasó ahí la primavera del año dos mil quince. Sé que esas brigadas se realizan cada año, también sé que es una comunidad muy cerrada y no me gustaría provocar un problema pues ese lugar es conocido como un punto importante porque la fe parece estar en una batalla continua por permanecer en los habitantes de la pequeña comunidad en medio de las montañas.

Es un lugar al que es difícil llegar, tienes que tomar un autobús más a parte del que te deja en la central del centro del estado. Para llegar todavía haces una hora más de camino, después subes a pie por otra hora. Cuando llegan anualmente las brigadas se procura llevar donaciones recaudadas en la comunidad a la que sirven los misioneros.

Llevamos algunas cobijas, juguetes, ropa abrigadora, entre otras cosas. Siempre permanecemos en la iglesia que, aunque pequeña, tiene algunas grandes salas en las que se pueden quedar los misioneros, ahí se reparte una sala para mujeres y la otra para hombres.

La luz se va seguido, del internet puedo decir que es muy complicado usarlo, siempre falla, además hay pocos lugares donde realmente toma señal el teléfono para hacer simples llamadas. Es por eso que las misiones no son recomendadas para todos, ahí escasea todo, estas aislado y es muy probable que no puedas hablar con nadie más que con tus compañeros de viaje, pues incluso los lugareños mantienen la distancia por su naturaleza desconfiada.

Pero no todo es malo, las personas, aunque calladas o distantes son muy amables, ellos invitan algunas comidas para presentarnos a la comunidad formalmente. El año que fui se había fijado como el gran evento el retiro espiritual de los jóvenes habitantes, nosotros íbamos a hacer acompañantes en su proceso de oración.

Era mes de cuaresma, a pesar de ser el mes de marzo hacia bastante frío, era difícil lavarse la cara o bañarse por lo helada que estaba el agua. Los cuartos también se sentían fríos, muchos de nosotros no estábamos acostumbrados ese tipo de clima así que también sufríamos un poco porque el cuerpo permanecía adolorido mucho tiempo por estar temblando.

Nos quedamos quince días, en los cuales desarrollamos actividades como pláticas sobre la biblia, dudas sobre las relaciones de noviazgo en parejas jóvenes católicas, también ayudamos en el acarreo de agua, la limpieza del lugar, la reconstrucción de algunos espacios y en ese tiempo estaban pintando la fachada de la notaría así que también me tocó participar en la pintada del lugar.

A pesar de lo pesado que fue me sentía muy bien, podría decir que hasta demasiado feliz, era una sensación como de flotar la que me recorría todo el cuerpo haciéndome siempre estar activa dispuesta a ayudar. Hasta ahora entiendo que se tiene que sentir mucho más que felicidad por la diversión para dedicarse al camino de servicio al otro.

Ya estábamos por la recta final, era el último fin de semana en la comunidad, el cierre sería con el retiro espiritual de todos los jóvenes. Ahí asistió el padre y dos mujeres que realizaban trabajos constantes dentro de la notaría. Una era la secretaría de la oficina parroquial y la otra señora, más grande, era la encargada del grupo de oración de la parroquia.

Comenzamos el viernes por la tarde, después de asistir a misa recibimos a los chicos que iban a ser parte de la experiencia espiritual. El retiro consistía en permanecer dos días alejados de amigos y familiares dedicando todo el tiempo a la relección de las escrituras, así como el acercamiento a la búsqueda de dios en la relación con los demás. La primera noche las mujeres que pertenecíamos a el grupo de misioneros recibimos a las chicas jóvenes a nuestro cuidado, los hombres a los chicos.

Seguimos el horario, nos dormimos temprano, realizamos muy temprano la limpieza, así como el desayuno para ir a misa a las ocho de la mañana. Durante esa misa comenzamos a escuchar como pisadas dentro del templo, pensé que alguien había llegado tarde o se había metido por error, pero no sabía cómo o por qué.

La iglesia permanecía cerrada por esa actividad, las familias irían a reunirse con sus hijos hasta el domingo tras la misa de medio día. Me desconcentraba escuchar esas pisadas, me volteaba ver por todos lados a ver si lograba saber quién estaba faltando al respeto, pero no vi a nadie fuera de lugar. Mis compañeros también estaban buscando la procedencia de esos pasos.

Tras el servicio religioso continuó la actividad de lectura y explicación de escrituras, pero una chica no había dicho a la salida del templo que se sentía mal. Ella era una chica de mi edad, con rasgos indígenas muy marcados, me parecía muy linda, tenía una presencia tranquila, a ella le gustaba mucho ser atenta con nosotros, nos preguntaba si podía hacer algo más o si necesitábamos algo durante las semana y días que estuvimos haciendo labores de trabajo. 

Ese día la vi pálida, le pregunté por qué no había desayunado, pero no quiso decirme, me pidió que la llevara con el padre. Fuimos juntas, pero a medio camino comenzó a tener nauseas, tengo que admitir que mientras detenía su pelo para que no lo ensuciara, lo primero que pensé es que estaba embarazada y sentí mucha pena por ella, en ese momento creí que estaba perdida por salirse del camino de la buena iglesia.

Al ir con el padre, me pidió que le dejara confesar a quien llamaré Clara. Mientras esperaba afuera de la oficina del sacerdote, comencé a notar que había un mosquerío por todos lados, me los espantaba, sentía que me picaba la piel que se posaran en alguna parte de mí.

Ella salió, me dijo que la acompañara a continuar con las actividades, pero era hora de comer. Cuando llegamos al comedor improvisado ella se sentó en una silla muy lejana a todos, se veía sudorosa, eso era raro pues seguía haciendo una sensación de frío en el aire.

Ella no pudo comer, a pesar de que aceptó el plato con comida, justo al momento del primer bocado salió rumbo al baño. Como yo estaba cuidando de ella la seguí. Ella había cerrado la puerta del baño, no podía ayudarla, solo escuchaba todo. En punto la escuché llorar, le pregunté si estaba bien y me dijo que sí, pero siguió llorando.

Toqué la puerta de metal, estaba preocupada, le dije que si necesitaba hablar con alguien o ayuda podía confiar en mí. De verdad que era una chica muy tonta en ese momento yo. Ella no me contestó pronto, se tardó unos minutos, me preocupé y le dije de nuevo si estaba bien, ella me dijo que sí para después seguir vomitando.

Mientras escuchaba el dolor que a ella se le escapaba en cada quejido, desde dentro parecía que estaban arañando la puerta. Me cerqué el oído a la puerta para averiguar qué era ese sonido, pero no estaba preparada para escuchar eso susurros provenientes de alguien que no era clara, eso sonaba como un hombre hablando muy bajo.

Me alejé de la puerta pidiéndole a Clara que me dejara entrar. Ella abrió la puerta, sudaba tanto que le goteaba el sudor de la frente hasta la nariz y los pómulos, las ojeras se le habían acentuado, se veía muy, muy, enferma. Le pregunté si tenía algo en el estómago, pero me dijo que no, que a veces le pasaba que no podía comer por semanas. Me quedé sin palabras ¿cómo había podido sobrevivir así sin comer en semanas? Era obvio que teníamos que hacer algo para que fuera a un médico, al menos llevarla y regresarla a su casa para saber qué le pasaba.

Exorcismo Colectivo Historia De Terror

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Estaba preguntándole sobre su familia cuando me interrumpió el rechinido de los otros baños, las puertas se habían movido lentamente haciendo rechinar los fierros. Ambas nos quedamos calladas, ella hizo una cara que no puedo describir, era como si un miedo extremo se apoderara de ella, después cambió drásticamente, sonreía.

Se me erizó la piel, esa sonrisa me hizo sentir que algo raro tenía, quizás alguna enfermedad mental. Clara, al darse cuenta de esa sonrisa, de nuevo hizo una cara de pánico y se tapó el rostro con las manos. Comencé a escuchar de nuevo los susurros, pero ahora se acompañaban de ligeros crujidos.

Naturalmente miré a todos lados, me pasé a revisar cada taza de baño, me regresé varias veces a la puerta y descarté que alguien más estuviera ahí. Clara cantaba bajito mientras dejaba sus manos en la cara. Me regresé a ella, que esperaba parada justo a la salida del baño.

Le pregunté qué canción era la que cantaba, pero ella me contestó que ella no era la que estaba cantando y se quitó las manos de la cara. Sus labios estaban estáticos pero la voz que cantaba se seguía escuchando, el sonido provenía del baño. Sin pensar en nada, ni siquiera en persignarme o algo, salí corriendo hacia donde sabía que estaba el padre.

Al llegar todos estaban en el momento de la oración, estaban teniendo una plática con el padre que estaba programada. Clara entró y se sentó sin decir nada, yo me quedé viéndola preocupada, le hice una seña al padre para avisarle que algo estaba mal con ella.

Él pidió un minuto y se acercó a mí, creo que mi expresión lo decía todo, algo malo estaba pasando. Cuando tuve qué decirle lo que pasaba no sabía si iba pensar que estaba loca por lo que solo le dije que creía que Clara necesitaba ayuda lo más pronto posible porque no paraba de vomitar.

Clara, en algún momento, sin darnos cuenta se había parado de su silla y se había puesto con la cara contra la pared hasta el fondo del cuarto que se estaba usando como salón de clases, pues en la noche se convertía en el dormitorio de todas las chicas.

Varios de los chicos presentes comenzaron a preguntarle si estaba bien, pero ella no contestaba. El padre alzó la mano en señal de que guardáramos silencio un momento, mientras se acercaba muy lentamente a la chica. Cuando se acercó, tocó a Clara del hombro y ella se sobresaltó volteando rápido a preguntar si pasaba algo, se veía confundida.

Sin mirarme el padre me preguntó si había hecho algo así antes ella, pero le dije que no, que solo parecía enferma del estómago, pero, por algo, le dije que había estado rara en el baño, que parecía que estaba mal y luego bien de repente, hasta cantaba.

El padre nos dijo que comenzáramos a salir de la sala, él tenía que hablar con Clara para saber cómo se sentía, ella se dejaba conducir por él hasta las sillitas a donde la llevaba para sentarla. Recuerdo que las señoras que nos acompañaban comenzaron a ayudarnos con los cuadernos y las biblias, pero antes de poder hacer más se cerró el portón de esa sala con fuerza. Yo me fui de espaldas porque estaba muy cerca del umbral de la puerta, permanecía atenta a Clara, la veía más desorientada. 

Algunos de los asistentes se quedaron a fuera, solo permanecieron dos adentro y la señora que era la secretaría. Como el portón tenía un vidrio de esos que no permiten ver bien hacia adentro comencé a jalar con toda mi fuerza las manijas para ver si podía abrir, aunque sea un lado del portón para poder entrar a ver lo que pasaba.

Varios de mis compañeros se acercaron a ayudar, todos queríamos abrir la puerta pronto. De pronto los sonidos de los gritos de una chica se escucharon, se transformaban en horribles gritos guturales, luego en gemidos de mujer, después en berridos de animal. Todos nos alejamos del portón como si estuviera maldito.

La señora secretaría comenzó a rezar, nos dijo que rezáramos con ella que la siguiéramos. No hice caso, le dije que era más importante ayudar a Clara, quizás estaba pasando por algún episodio mental o físico terrible y ni el padre había podido ayudarla, los otros siguieron a la mujer que rezaba y solo un muchacho me dijo que él me iba a ayudar.

Me sostuvo entre sus hombros para ver si lograba ver algo entre las ventanitas de la parte de arriba del portón. Adentro se escuchaba un caos, las sillas rechinaban como si las estuvieran moviendo todas al mismo tiempo, las oraciones salían también del interior de la sala.

Un chico de los que se quedaron adentro gritaba y rogaba por auxilio. Miré a todos lados de la sala y fue cuando vi que el padre estaba sosteniendo a Clara quien estaba tirada en el suelo moviéndose como loca, pateando y gritando. Las sillas a su alrededor rechinaban y se movían solas poco a poco mientras ella gritaba.

El padre sostenía algo entre su mano y el pecho de Clara, que al fijarme bien me di cuenta que era una biblia. Al parecer eso era por lo que Clara no se podía mover más, por eso pataleaba y gritaba. El chico que quería salir golpeaba la puerta así que con la vibración me resbalé y caí sobre el muchacho que me estaba ayudando a ver lo que pasaba.

Al caer no podía hablar, me temblaban los labios y me hormigueaban las manos, sentía que la mirada de Clara se clavaba en mí, como si me estuviera viendo desde adentro de mi alma, aunque yo jamás la había visto bien directamente a los ojos.

El chico que me había ayudado a subir me preguntaba una y otra vez qué estaba pasando adentro, yo estaba como ida, sentía que no podía dejar de alejarme de todo. Como un eco escuchaba los sonidos de mi alrededor, mis brazos y piernas no me respondían por eso el chico me movió y movió hasta que regresé un poco en a mis sentidos.

Desde afuera escuché el grito fuerte del padre invocando a dios, estaba orando por la liberación de Clara. Comencé a reaccionar, pero no podía creer lo que estaba pasando, jamás en mi vida había creído que las posesiones realmente se seguían presentando, pensé que era algo del pasado o que eran enfermedades no tratadas. Yo creía totalmente en la presencia de dios, pero jamás creí en la del diablo.

El chico que lloraba y pedía ayuda se desmayó, lo vimos caer poco a poco desde ese vidrio opaco. Dentro, las oraciones se incrementaban, el padre, el muchacho y la señora que se quedaron con Clara todo, ellos oraban sin detenerse. Afuera solo cinco compañeros acompañaban a la secretaria, estaba hincados orando con los ojos cerrados.

De los demás asistentes no vi a nadie, quizás habían corrido a la iglesia o fuera de aquí porque no habían podido soportar el escuchar los gritos o imaginar lo que estaba pasando a puertas cerradas con la pobre Clara.

El chico que me había cargado me dijo que lo que estaba pasando adentro era un crimen, se escuchaba como si estuvieran torturando a Clara, le dije que pensara realmente lo que estaba pasando, que era imposible que aún no supiera en presencia de quien estábamos. Un aullido interrumpió lo que decía, a lo lejos un perro negro aullaba con fuerza a unos metros de la entrada del terreno de la iglesia.

A pesar de la distancia sus ojos resplandecían de un color amarillo antinatural. La tarde estaba cayendo, sentí miedo de la noche, de la oscuridad porque no sabía cómo enfrentar a ese mal, al mismísimo mal en persona. En ese momento olvidé mi formación, mi experiencia en la iglesia y hasta mi fe, así me di cuenta que lo que yo estaba buscando era compañía no permanecer en el camino de dios.

Ahí me di cuenta que no creía realmente en dios. Comencé a llorar por el miedo, el joven que creía que estaban lastimando a una enferma pateaba y gritaba sin parar a la puerta, exigía que la abrieran. Los demás oraban, el padre no paraba en su trabajo de desalojo.

En medio de la oscuridad de mi alma, sentí que los últimos rayos del sol estaban cayendo, corrí con la intención de huir también, pero me sorprendí al darme cuenta que mi cuerpo estaba haciendo otra cosa, fui a prender todas las luces disponibles, corrí hasta la sacristía y traje todas las veladoras y cirios que encontré. Una a una las fui prendiendo poniéndolas en las manos de los que rezaban, me quedé con una dudando, no sabía si realmente podía ayudar.

Desde fuera no veía nada, pero sabía la lucha que se estaba dando lugar a puertas cerradas, en ese momento creo que encontré por fin mi fe. A pesar de lo asustada que estaba me puse a orar junto con los demás y no sé por cuánto tiempo seguimos en oración, el frío era fuerte, pero varios no se movían de su posición.

A la mañana siguiente había varios tirados afuera, estaban dormidos o desmayados, no lo supe jamás. La señora se levantó de pronto, era la única que había permanecido orando todo el tiempo, yo en algún momento comencé a llorar porque escuchaba como si varias voces se desprendieran al mismo tiempo de la garganta de Clara.

Tras levantarse la secretaría del lugar donde permaneció hincada, se sacudió la falda y se arregló un poco la ropa. Fue directo a la puerta y sin nada de dificultad pudo abrir ambas partes dejando libre el paso. El chico estaba desmallado.

Los ayudantes del padre se abrazaban mutuamente, el padre estaba sentado en el suelo cuidando el sueño de Clara, ella se veía tranquila pero su cuerpo estaba lleno de arañazos y cicatrices, le vi los dedos ensangrentados, también el cemento del piso, creo que se arrancó las uñas peleando. El padre me indicó que fuera hacia él, con miedo le dije que no.

Jamás voy a olvidar que me sonrió en ese momento, luego me pidió que llamara a Carlos, quién entró corriendo al llamado. Ese chico había pasado toda la noche orando y fue el único que permaneció en la congregación después de eso.

En mi caso dejé de asistir a misa, me alejé de todo, comencé mi propia lucha por mi salvación, el miedo me perseguía, sentía que iba a terminar igual que Clara y viví aterrada más se seis meses.

Afortunadamente una chica del coro me apoyó, terminé contándole todo al padre de la parroquia en la que antes asistía y él me ayudó mucho, por eso hoy regresé a mi fe, aunque jamás podría ayudar a alguien a recuperar la suya y viví lo pero que pude a ver vivido para saber que jamás tendría la fuerza de Clara, de Carlos, de las señoras que ayudaron o del padre de ese pueblo, es más ni siquiera del párroco de mi iglesia.

Autor: Patricia González

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