Las Nahualas Historia de Terror

Las Nahualas Historia de Terror

Soy de Jalisco, de un pueblito, ya soy un hombre mayor, la vida me ha regalado un montón de historias Las Nahualas Historia de Terror para poder contar, por desgracia nunca me casé y, por tanto, no tengo hijos a quién contarle mis historias, por eso decidí contar una de tantas por este medio.

Mi padre murió cuando yo era muy pequeño, mi recuerdo más antiguo es de cuando tenía 7 años, y él ya no estaba con nosotros.

En aquellos años mi madre y yo vivíamos en una casita de madera, pues la casa que tenía mi padre fue tomada por sus hermanos y sacaron a mi madre de ahí.

Éramos muy pobres, mi madre no tenía trabajo y vivíamos de la caridad de los vecinos, nunca nos faltó comida por suerte, tampoco pasamos frío.

Yo desde los 9 años comencé a trabajar ahí con los vecinos, ayudando a pintar, a recoger basura, cosas que no se me complicaban tanto.

Un día a la cuadra llegaron dos mujeres con una niña, tomaron una de las casas que estaba abandonada y ahí se quedaron a vivir.

Las nuevas vecinas no eran muy sociables, casi nunca se les veía salir más que por la noche, era cuando las dos mujeres medio se arreglaban y se iban dejando a la niña sola en la casa.
Ocurría algo extraño con ellas, pues nunca nadie las veía regresar, simplemente sabíamos que habían vuelto porque se escuchaban dentro de la casa, era medio raro eso.
En una ocasión, creo que fue durante la comida luego de un bautizo, uno de los vecinos le comentó a mi madre que él había visto regresar a las mujeres, dijo que una de ellas traía una grave herida en un ojo, pues se iba quejando mientras se cubría el ojo con una de las manos, y se alcanzaba a ver que estaba sangrando bastante.
Luego mi madre le contó a otra vecina y así se corrió el rumor en toda la cuadra. En una ocasión mientras yo estaba jugando a la pelota en la calle con algunos vecinos pudimos ver a una de las mujeres salir a la banqueta a tirar agua, los 6 niños pudimos notar que esa mujer tenía una fea cicatriz en uno de sus ojos, esa cicatriz la tenía desde la mitad de la frente hasta uno de los cachetes. Eso la hacía ver terrorífica.
En una ocasión la niña salió de la casa y comenzó a caminar por la calle. Una de las vecinas se acercó a la niña para regresarla a su casa, pero en cuanto la doña se acercó la niña reaccionó furiosa y la mordió con fuerza, la doña gritó de dolor, entonces la mujer de la cicatriz en el ojo salió corriendo por la niña, la sujetó con fuerza de la nuca para lograr que soltara a la señora, luego cargó a la niña y regresó a la casa, ni siquiera le preguntó a la doña si estaba bien.
El marido de la señora tuvo que llevarla al hospital. Cuando el matrimonio regresó mi madre fue a ver cómo seguía la doña, el marido le dijo a mi madre que en hospital pensaron que la había mordido un perro por el estado y la profundidad de la herida. Le dieron antibióticos. Dijo que la enfermera le comentó que de haberse tardado más en llevar a su esposa hubieran tenido que quitarle el brazo.
Eso estaba raro, demasiado, pero al mismo tiempo generaba bastante curiosidad, pues tenías a una mujer con una gran cicatriz que le atravesaba un ojo y una niña que muerde como perro.
Pasaron algunos días, la vecina que había sido mordida por la niña comenzó a sufrir de mucha fiebre, algunos vecinos fueron corriendo por un doctor mientras su esposo se quedaba con ella.

Por desgracia la mujer murió, la infección era demasiado fuerte y cuando el doctor llegó ya no había nada que hacer, era demasiado tarde.

El hombre estaba furioso y quería venganza, fue al patio de su casa y agarró un trinche, iba a ir a cobrarse la muerte de su esposa.
Algunos vecinos intentaron detenerlo, pero el coraje del hombre le daba una fuerza increíble. Ante los ojos de todos los vecinos, incluyendo a nosotros los niños, aquel hombre fue hasta la casa de aquellas mujeres y entró a la fuerza, escuchamos un montón de escándalos, había golpes, cosas rompiéndose, quejidos y gritos.

El hombre nunca salió de aquella casa, todos volvimos a nuestros hogares en silencio, sabíamos lo que había pasado, estaba más que claro.

Desde ese día todos comenzamos a temerle a esas mujeres, nadie se acercaba demasiado a su casa, en las noches cuando las mujeres salían todos cerraban puertas y ventanas, por las tardes cuando la niña salía todos corríamos a escondernos.
Es más, mi madre y algunos vecinos consiguieron perros. Todos los niños dejamos de salir porque todos los perros eran muy bravos y era peligroso hasta para nosotros.
Todos nos dábamos cuenta la hora a la que las mujeres salían porque todos los perros ladraban furiosos, también nos dábamos cuenta cuando regresaban porque los perros volvían a ladrar, lo raro era que los pocos vecinos que se atrevían a asomarse no veían a las mujeres por ninguna parte.
Era muy complicado tener a los perros amarrados, aún más cuando algún gato despistado pasaba por la cuadra, eso los ponía bien furiosos.

Y así pasaron los días, entre miedo y ladridos, noche tras noche era lo mismo. Hasta que ocurrió algo.

Una madrugada los perros hicieron mucho más ruido de lo normal, solo un perro ladraba, todos los demás aullaban, como si estuvieran anunciando la muerte, y así fue. Por la mañana uno de los vecinos, cuando iba al trabajo, encontró uno de sus perros muerto a media calle, había sido asesinado de una forma brutal, le habían desgarrado el cuello de una mordida y había muerto desangrado, ese perro era un pitbull, así que para matarlo de una mordida hacía falta una bestia enorme, un perro monstruoso, un lobo, o un oso….
Eso era lo único que nos faltaba, una criatura mata perros, ahora si ya teníamos el peor escenario, al menos eso fue lo que dijo mi madre.
Pasó una semana, yo ya me había acostumbrado al escándalo de los perros, es más, ya era como mi despertador, me dormía luego que ladraran la primera vez, y me despertaba cuando ladraban la segunda vez, luego comía un pan y volvía a dormir.
Pero una noche escuchamos otra cosa, eran como las 4 de la mañana, la hora a la que siempre ladraban. Pudimos escuchar un hombre gritar, no se le entendía nada, pero se quejaba con fuerza, por su voz se entendía que estaba sufriendo.
Mi madre se asomó por la ventana y pude ver a dos bestias de color café oscuro, parecían osos, uno de los osos iba arrastrando a un señor, lo iba jalando del brazo, lo tenía pescado con los dientes, por eso el hombre gritaba de dolor.
Los perros estaban furiosos, a mi madre le quedó claro que esas cosas eran las que habían matado al perro pitbull, y aunque no pareciera creíble, esas cosas debían ser las mujeres que salían todas las noches. Eso se pudo confirmar cuando las criaturas se fueron rumbo a esa casa, no había duda, esas mujeres eran Nahuales, bueno Nahualas, eso explicaba la poderosa mordida de la niña, se trataba de un bebé Nahual.
Mi madre estaba completamente horrorizada, me abrazó con fuerza mientras temblaba de miedo, hasta pálida se puso la pobre, por eso le creí todo lo que me dijo.
Así como que no queriendo todas las señoras de la cuadra se reunieron para hablar al respecto, pues mi madre no había sido la única en ver aquellas bestias, entre todas llegaron a la conclusión que estábamos en un grave peligro, que en cualquier momento esas bestias podían empezar a atacarnos, así que se acordó que esa noche, luego que las mujeres salieran todos iban a soltar los perros, así cuando las mujeres regresaran en la madrugada, ya convertidas en bestias todos los perros las atacarían y quizá, solo quizá, podrían librarse de las Nahualas.
Llegó la tan esperada noche, las mujeres salieron, los perros ladraron, las mujeres se alejaron y los perros guardaron silencio, todos los vecinos, hombres y mujeres salieron, soltaron a los perros y algunos hombres que tenían armas acordaron que de ser necesario saldrían a ayudar a los perros.
Como a las tres de la mañana las Nahualas volvieron y se encontraron con más de 20 perros furiosos dispuestos a atacarlas, todos estábamos expectantes, observando por las ventanas.
Los perros gruñeron y se pusieron firmes para verse más grandes y amenazantes, las Nahualas emitieron un sonido grotesco, como de un monstruo enojado.
Todos los perros se lanzaron al ataque, al principio parecía que estaban ganando, pues las Nahualas comenzaron a ladrar, emitían sonidos que claramente eran quejidos de dolor, pero luego uno por uno los perros eran lanzados con fuerza, ya caían muertos tras estar unos segundos dentro de las fauces de esas bestias, fue horrible ver como todos los perros morían, esas cosas se veían imponentes y hasta los hombres se acobardaron y nadie salió a disparar.
Al día siguiente las mujeres junto con la pequeña niña salieron de la casa y se fueron caminando, tal como habían llegado, así en mi cuadra terminó la pesadilla de las 3 Nahualas.
 
Autor: Ramiro Contreras
Derechos Reservados

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